dijous, 31 de març del 2011

Los jóvenes existen

No es de extrañar que buena parte de la juventud de nuestros pueblos y ciudades, mire de reojo la política y los políticos, la economía, el futuro más inmediato, los partidos políticos y las próximas elecciones. No es rara esa visión, pero no por ello estamos obligados a conformarnos, a resignarnos.
No es nuevo que la juventud utiliza códigos distintos que el resto de grupos de edad. Actitudes, expectativas y comportamientos son diferentes en una persona menor de 30-40 años que una que los supera.
Ahora que tenemos elecciones a la vuelta de la esquina muchos se preguntan qué opinión tienen los jóvenes de la política, si votan o no y por qué lo hacen. Los estudios demoscópicos y muchos politólogos nos dicen que, generalmente, los jóvenes se abstienen más, muestran un gran desafecto y rechazo hacia la política y hacia los políticos, desconfían de los partidos de siempre, son más permeables a la moda del momento, más extremos que el resto de grupos de edad y, actualmente, con una tasa de desempleo del 40%, no tienen muchas esperanzas de poder vivir mejor que sus padres, los jóvenes viven alejados de la política ya que los temas políticos tienen poco interés en sus proyectos de vida y en su vida cotidiana. Además, muestran una visión muy crítica y desconfiada hacia la política. Los jóvenes exigen un modelo político más cercano a sus preocupaciones y necesidades, que tenga en cuenta sus opiniones, y que muestre voluntad para solucionar problemas mediante actitudes constructivas de colaboración.
Toda esta radiografía de la juventud es inédita. Es la primera vez en nuestra historia que las cohortes de gente joven, con más formación que ninguna otra hasta el momento, más dominio de idiomas, con un gran manejo de las tecnologías de la información y la comunicación, tienen unas esperanzas tan deprimidas en su calidad de vida. Además, los jóvenes hace tiempo que han dejado de acercarse a la política “de los adultos”, no la sienten propia, sólo la tienen como diana, y buscan refugio entre iguales, comparten códigos similares y estéticas tribales y se relacionan lo justo con el mundo adulto. Hacen la guerra por su lado. Alguien dijo que quien a los 20 años no es revolucionario, no tiene corazón. Opino que esta frase no es aplicable hoy en día, pues son ellos los mas descorazonados y parece que tengan que demostrar las cosas dos veces. El resultado de todo esto son altas tasas de desafección hacia el status quo político del país, y buena parte del modus vivendi de nuestra sociedad.
Los jóvenes de hoy en día están más informados que sus padres pero desinteresados del mundo que se les ofrece y tienen un pronóstico sombrío de su futuro. La principal vía de socialización, tránsito y consolidación en el mundo adulto es el trabajo, es la independencia económica y los jóvenes, sin él, y sin esperanza de conseguirlo a corto y a medio plazo, lo están pasando mal, muy mal. Su precariedad y sus pocas expectativas nos afecta a todos. Lastra la salud de nuestra sociedad.
El refugio a esa cierta desesperanza son las relaciones con sus semejantes y la red, Internet. El activismo de los jóvenes en internet es impresionante. Concentraciones, movilizaciones y denuncias de tal o cual suceso tienen en ellos y ellas el origen de una viralidad que no pasa desapercibido para nadie.
Entre todos y todas, podemos y debemos mejorar las cosas. No debemos resignarnos aceptando como inevitable ese descontento, dando por perdida la batalla. La juventud siempre ha sido la savia nueva de nuestra sociedad. En ella se han gestado grandes cambios de rumbo que han marcado la historia. Sin ella, sin la juventud, no existiría el futuro. Debemos contar con su visión del mundo. Hay que luchar contra el desánimo, contra la falsa creencia de que todo está hecho, que nada puede ser cambiado. Al contrario, todo estar por hacer. El siglo XXI es el siglo de las grandes revoluciones y todos debemos participar activamente. Los jóvenes son y serán clave en todo este proceso. Lo están siendo ya en muchos países emergentes. Muchas cosas están por hacer y todo está conectado. ¡Que nadie lo olvide!

La juventud no es un tiempo de la vida, es un estado del espíritu.
Mateo Alemán (1547-1615), escritor español.



dissabte, 19 de març del 2011

La dedicación a la cosa pública (y 2)

Decíamos en el anterior artículo que erradicar el estigma negativo de la dedicación a la política es una asignatura pendiente de nuestra democracia. Y, a partir de aquí, formulábamos la siguiente pregunta ¿qué podemos hacer para que se vea normal que haya gente que quiera dedicarse a tareas políticas y poder tener el respeto y la complicidad de la ciudadanía? Ahora que estamos a punto de iniciar un nuevo proceso electoral, aquí van algunas ideas que pueden contribuir positivamente a esta reflexión.
La actividad política no puede ser una profesión y las compensaciones económicas de los cargos públicos nunca deberían estar por encima de la media de lo que, en tareas privadas, podría obtenerse de semejante dedicación y perfil profesional.
Evidentemente, todo el mundo tiene el derecho a dedicarse a la política, pero deberíamos exigir una cierta experiencia, un cierto entrenamiento. Es decir, debe ser gente con algo de mundo, aunque sea poco, no que acabe de salir del nido. No puede ser que opten a representar a la ciudadanía personas que nunca han trabajado o, habiéndolo hecho, sólo han estado en su organización política, en muchos casos ni eso, y con una entrada digital. Es decir, a dedo. Con más frecuencia de lo saludable, vemos cómo muchos militantes entran en las nóminas de los partidos desde bien jóvenes y, a partir de ahí, van trepando en el peor sentido de la palabra. Sin necesidad de estudiar demasiado, de formarse, de aprender idiomas, ni saber recitar dos líneas sin una chuleta delante, están ahí. En estas circunstancias, cuando la política se transforma en una “profesión”, y además fácil, ejercida a través de los partidos, es muy duro marcharse, porque, muchos de la han vivido así, en el mercado laboral no tienen ni oficio ni beneficio. Cualquiera que está en esa situación hace lo que sea por permanecer en el aparato.
Para evitar esta perversión sería positivo introducir factores en las elaboraciones de las listas por los cuales el candidato elegido lo fuese por sí mismo, por su implicación en el territorio, no porque es amigo del secretario de organización de turno. Es el viejo debate entre listas abiertas y cerradas que cada vez se hace más urgente resolver en nuestro país. Ligado a esto, como hemos indicado antes, está la limitación de los mandatos. Por poner un ejemplo cercano, es curioso observar cómo todos los ciudadanos, y políticos de un signo u otro, han criticado el intento de Hugo Chávez para perpetuarse en el poder liquidando el límite del tiempo en su mandato presidencial; pero nadie sugiere, ni por asomo, que también en España se imponga un límite a los mandatos.
También, dentro de las listas abiertas, se puede y debería contemplarse la participación de la ciudadanía en elecciones primarias para configurar esas listas. Porque las organizaciones políticas no pueden ser oficinas de colocación, ni el lugar donde encontrar tratos de favor. También debe existir una estricta normar que evite compatibilizar cargos públicos. Creemos que no puede ser que un alcalde o un concejal sea, al mismo tiempo, parlamentario. Por otro lado todas las contrataciones de personal tienen que seguir la misma normativa y se tienen que limitar los cargos de confianza, comisionados y asesores. El actual sistema no puede ser la puerta falsa para proliferar cargos y enmascarar la incompetencia de muchos. Además, también se tendría que revisar y cambiar el papel tan presidencialista de la organización municipal.
Transparencia y democracia interna son las únicas medicinas para hacer que los partidos sean instrumentos nobles de nuestra democracia. Será así cuando, quizá, la dedicación a la política, de forma temporal y transparente, pueda llegar a ser atractiva para aquellos que no son “políticos” tal y como lo entiende nuestra sociedad actualmente.
Nuestro sistema necesita revisarse para mejorar y atraer a gente de fuera de los partidos para revitalizar el juego democrático, si no es así, la partitocracia se erigirá coma la verdadera triunfadora del juego democrático, no de la democracia.
Hay dos maneras de llegar al desastre:
una, pedir lo imposible;
otra, retrasar lo inevitable.
Francisco Cambó (1876-1947), político español.

César Arrizabalaga y Carlos Guijarro

dijous, 17 de març del 2011

La dedicación a la cosa pública (1)

Para los verdaderos demócratas, la política como la concibió Aristóteles, es el arte de controlar y conciliar los diversos intereses del Estado, para el bien común de la sociedad. En la política, o prevalece el intento de construir un orden de paz, libertad y prosperidad, en el que se desarrolle la convivencia humana, o prevalece la simple lucha por el poder.
Hace escasos días buena parte de la prensa europea publicaba una encuesta realizada en algunos países de Europa que manifiesta la apatía de los ciudadanos por la política, y la desconfianza que tienen los ciudadanos en que los políticos resuelvan los problemas de la sociedad. La noticia no es nueva, como tampoco los datos que la corroboran, ni fácil el contexto económico que a todos nos ha tocado vivir, o la magnitud de los problemas a resolver. No hay duda que tenemos sociedades tensas, y muy distantes de la política y de los políticos. Pero, paradójicamente, hoy más que nunca, la dedicación a la cosa pública, la participación en los asuntos públicos, resulta de vital importancia para la propia democracia.
Una de las actividades que más necesita nuestra sociedad es la dedicación de la ciudadanía a la tarea política. Somos muchos los que estamos convencidos que todo el mundo debería dedicar una parte de su vida a esta actividad. Es muy gratificante trabajar para resolver los problemas que afectan a la mayoría, pero, desgraciadamente, cada vez menos gente da el paso adelante y asume el compromiso de dedicar su tiempo y energías en pro de la colectividad. ¿Cuales son las razones de ese desprestigio? ¿Por qué los que se dedican a la política son una diana continua para el menosprecio de las tertulias de los medios y la burla constante de los humoristas? Las causas son varias y aquí apuntaremos algunos temas importantes.
En primer lugar, partimos de la premisa que los partidos políticos son irreemplazables en una democracia. Aún así, llegan a existir elementos perjudiciales que pueden poner en peligro la salud del sistema. Esto puede combatirse de muchas maneras, entre otras, con listas abiertas, limitación de mandatos y cuentas claras. Es evidente que una minoría de corruptos, e impresentables, han ensuciado la marca “política” de una mayoría de personas integras, responsables y comprometidas con la POLÍTICA, en mayúsculas. Personas que dedican una parte de su tiempo para intentar resolver los problemas de la comunidad. Y aquí están todos, desde el PP, hasta la izquierda abertzale, nos guste o no nos guste. Las reglas de juego están para todos, no sólo para los que piensan como uno.
Cuando se aboga por la dedicación a la cosa pública no sólo podemos pensar en los cargos institucionales u orgánicos, también en organizaciones de todos tipos, en actividades altruistas que contribuyan, con su granito de arena, a mejorar todo aquello que compartimos, ya sea en el espacio público, relaciones de vecindad o necesidades sociales. Pero la pregunta clave es ¿qué hacer para que la dedicación a la cosa pública se libere del estigma negativo que nuestra sociedad le ha asignado?
De entrada, es necesario e imprescindible, limitar por ley los mandatos de los cargos orgánicos e institucionales. Con la actual duración de cuatro años, el límite debería ser dos legislaturas y, sólo en situaciones muy justificadas, tres mandatos consecutivos, así como poder votar listas abiertas. La legitimidad del cargo electo se obtienen del electorado, y debe imponerse a la tesis que considera que esa legitimidad la da el partido que lo designa.
No pensar más que en sí mismo y en el presente es,
 en la política, una fuente de error.
Jean de la Bruyère (1645-1696), moralista francés.
César Arrizabalaga y Carlos Guijarro

divendres, 11 de març del 2011

El cambio en el socialismo catalán es inevitable

Publicaba Francesc-Marc Álvaro hace escasos días un articulo en La Vanguardia que, bajo el título Coolhunters para el PSC, elaboraba una diagnosis bastante aproximada de las causas de la (relativa) deriva del PSC. El artículo tenía un cierto interés por el analogismo entre moda y política. Venía a decir que el PSC, en los últimos tiempos, se ha dedicado más a cazar tendencias que no a (re)construirse sólidamente y a remozar su proyecto político. Sin entrar a valorar el fondo del artículo, o al autor, que como es sabido es de un filoconvergente militante, y perjuro de todo lo que huela a socialismo, catalán o no, me gustaría completar y matizar sus apreciaciones.
Hace tiempo que vengo diciendo que no se puede pretender gobernar, o ser una alternativa seria, sólida y de futuro, simplemente dando una mano de pintura al personal, o a tu ideario, y capear el temporal a base de cazar tendencias, promocionando gente guay y elegante que sepan transmitir frescura y proximidad, gente cool, con telegenia. Esto para el cine sí, para vender dentífricos también, pero en política no basta. Tiene que haber chicha y músculo. Lo de incorporar (sólo) caras nuevas con sonrisas Profident, acaba en fiasco, ¡fijo! Como en el deporte, sólo se gana con jugadores entregados, entrenados y convencidos. Que conocen el terreno, con cicatrices, y que provienen de equipos inferiores. No es suficiente con tener ambiciones desmesuradas, y querer comerse el mundo, tiene que haber realismo, autocrítica, reflexión en lo que haces y de lo que has hecho, y rendir cuentas ante los fracasos. Los entrenadores son responsables del resultado que obtienen con los equipos que han creado. Las estructuras de los partidos tradicionales han suplementado, en gran parte, el pensamiento de la sociedad en general y, últimamente, son más frecuentados por arribistas serviles que por idealistas. Imponiendo su visión de la realidad, se han convertido en máquinas de ganar elecciones y compiten, prácticamente, por los mismos votantes, y estos van a reaccionar con una solución sencilla, querrán más política, ¡seguro! Pero lo harán en lo que entiendan diferente, pues la solución es bien sencilla: no es menos política sino más.
Con la perspectiva de los años y, sobre todo, por la experiencia en labores de gobierno, sé que con un brochazo por aquí, un toque fashion por allá, una chica mona o un chaval guapote, no es suficiente para hacerlo bien y menos coaligándote con cualquier partido para gobernar a cualquier precio. Se acaba pagando. La gente no quiere el cartón-piedra, por muy reluciente que se presente, porque, cuando hay granizo o llueve, se deshace, no aguanta el peso de las inclemencias, y en los tiempos que corren, abunda el temporal, que afectará, de forma muy particular y claramente, a los malos políticos.
Desde hace tiempo vengo advirtiendo que el cambio en el socialismo catalán es inevitable. Llegará, tarde o temprano. Nadie lo duda. Lo que pocos se preguntan es si será “ordenado” y sin costes. Me refiero a que el riesgo de recesión en el tradicional voto socialita se dispara cuando nadie rinde cuentas, cuando todo el mundo actúa cómo si no pasara nada, como si el elector fuese cuanto menos iluso y con un voto mecánico.
Los líderes políticos, cuando acaban un ciclo, deben facilitar los cambios, la sucesión, en vez de verse desbordados por ellos, y empujados por otros. Estoy seguro que en el PSC el cambio será “ordenado”, pero me temo que después de ver por enésima vez la sangría en votos y la desbandada electoral que vaticinan los sondeos para las municipales del 22 de mayo. ¡Ojalá que me equivoque!
En tiempos de cambio, quienes estén abiertos al aprendizaje se adueñarán del futuro, mientras que aquellos que creen saberlo todo estarán bien equipados para un mundo que ya no existe.  Eric Hoffer (1902-1983), escritor y filósofo norteamericano.

dimarts, 1 de març del 2011

La planificación estratégica no es una carta a los Reyes (y 2)

Decía en mi anterior reflexión que la planificación estratégica no es una lista de la compra, donde se incluyen todas las cosas que deseo tener, sino la visualización del escenario que, como colectivo, queremos encontrarnos de aquí a diez/quince años, e incluso más, y, sobre todo, que defina qué pasos tomar para llegar a él.
Quizá sea un tanto idealista pero soy de la opinión que la planificación estratégica no debe aprovecharse de los periodos electorales −porque la desacredita miserablemente−, para decir a la gente lo que se ha hecho, aunque no hayas participado en ello, o lo que vas a hacer, porque la gente puede acabar pensando que estás haciendo propaganda electoral y no te crea. Es, por lo tanto, una visión de largo plazo. Su marco temporal puede extenderse a décadas. Trasciende un determinado período de gobierno, lo que la define no como un plan de un gobierno determinado, sino un proyecto común de toda la comunidad para que pueda desarrollarse a lo largo de varios períodos de gobierno, con independencia del signo político de los mismos. En definitiva, es un proceso orientado a facilitar al gobierno de la ciudad, y sus instituciones privadas, la definición consensuada de metas y objetivos a medio y largo plazo, e involucra a los agentes sociales y económicos de la comunidad a lo largo de todo el proceso.
La planificación estratégica, claramente, es un producto colectivo, basado en la participación, en el diálogo y en la generosidad de muchas personas y colectivos que dedican su tiempo y sus energías en la mejora de la ciudad. Y, como tal, es de justicia reconocer ese esfuerzo y esas aportaciones.
Me decían las personas que citaba en la anterior reflexión que en ninguna parte del documento de esa supuesta actualización del Plan Estratégico de Montcada aparecen los protagonistas. Parece que el recurso al Photoshop, como hizo recientemente el diario As para borrar de la fotografía a jugadores del Barça que “molestaban” en el análisis de una jugada, es una práctica extendida más allá del ámbito deportivo. Me confesaban que era como si alguien quisiera presentar el proyecto deportivo de un equipo de fútbol, y en la fotografía sólo apareciese un campo vacío. Aunque se ven espectadores, y algunos periodistas, nadie más aparece, ni jugadores, ni equipo técnico o directivo, ni peñas, ni nada de nada. La mayoría de protagonistas e impulsores han desaparecido por arte de magia en todos los documentos y fotografías del Plan Estratégico. Me estoy refiriendo a todos los que han contribuido a su realización: regidores, tanto del gobierno como de oposición, miembros de la sociedad civil y de las asociaciones, personalidades, además de técnicos y profesionales que lo han dirigido. Da la sensación cómo si molestase reconocer la contribución que tanta buena gente ha hecho en el diseño de la ciudad que vivimos, y en la ciudad que soñamos. Nadie puede negar, aunque alguno intenten borrarlo de la memoria colectiva, la importante aportación que tanta gente ha realizado en la planificación estratégica de nuestra ciudad.
Como he dicho en alguna ocasión, lo que más cuesta ganar es la confianza de la gente. Ésta sólo se consigue con años de trabajo honesto y continuado, pero se pierde de forma inmediata cuando aparece la mínima sospecha de manipulación o de aprovechamiento táctico y electoral.
La planificación estratégica va más allá del ciclo político y se desarrolla al margen del interés político y electoral, porque se diseña pensando en la ciudad y en el futuro, no en las elecciones siguientes o en los intereses políticos, y menos personales.
Mi padrino me dijo que había dos tipos de personas: los que cardan la lana y los que se llevan la fama. Me recomendó que mirase de ser del primer grupo; había menos competencia”. Indira Gandhi, política india (1917-1984).