dijous, 17 de març del 2011

La dedicación a la cosa pública (1)

Para los verdaderos demócratas, la política como la concibió Aristóteles, es el arte de controlar y conciliar los diversos intereses del Estado, para el bien común de la sociedad. En la política, o prevalece el intento de construir un orden de paz, libertad y prosperidad, en el que se desarrolle la convivencia humana, o prevalece la simple lucha por el poder.
Hace escasos días buena parte de la prensa europea publicaba una encuesta realizada en algunos países de Europa que manifiesta la apatía de los ciudadanos por la política, y la desconfianza que tienen los ciudadanos en que los políticos resuelvan los problemas de la sociedad. La noticia no es nueva, como tampoco los datos que la corroboran, ni fácil el contexto económico que a todos nos ha tocado vivir, o la magnitud de los problemas a resolver. No hay duda que tenemos sociedades tensas, y muy distantes de la política y de los políticos. Pero, paradójicamente, hoy más que nunca, la dedicación a la cosa pública, la participación en los asuntos públicos, resulta de vital importancia para la propia democracia.
Una de las actividades que más necesita nuestra sociedad es la dedicación de la ciudadanía a la tarea política. Somos muchos los que estamos convencidos que todo el mundo debería dedicar una parte de su vida a esta actividad. Es muy gratificante trabajar para resolver los problemas que afectan a la mayoría, pero, desgraciadamente, cada vez menos gente da el paso adelante y asume el compromiso de dedicar su tiempo y energías en pro de la colectividad. ¿Cuales son las razones de ese desprestigio? ¿Por qué los que se dedican a la política son una diana continua para el menosprecio de las tertulias de los medios y la burla constante de los humoristas? Las causas son varias y aquí apuntaremos algunos temas importantes.
En primer lugar, partimos de la premisa que los partidos políticos son irreemplazables en una democracia. Aún así, llegan a existir elementos perjudiciales que pueden poner en peligro la salud del sistema. Esto puede combatirse de muchas maneras, entre otras, con listas abiertas, limitación de mandatos y cuentas claras. Es evidente que una minoría de corruptos, e impresentables, han ensuciado la marca “política” de una mayoría de personas integras, responsables y comprometidas con la POLÍTICA, en mayúsculas. Personas que dedican una parte de su tiempo para intentar resolver los problemas de la comunidad. Y aquí están todos, desde el PP, hasta la izquierda abertzale, nos guste o no nos guste. Las reglas de juego están para todos, no sólo para los que piensan como uno.
Cuando se aboga por la dedicación a la cosa pública no sólo podemos pensar en los cargos institucionales u orgánicos, también en organizaciones de todos tipos, en actividades altruistas que contribuyan, con su granito de arena, a mejorar todo aquello que compartimos, ya sea en el espacio público, relaciones de vecindad o necesidades sociales. Pero la pregunta clave es ¿qué hacer para que la dedicación a la cosa pública se libere del estigma negativo que nuestra sociedad le ha asignado?
De entrada, es necesario e imprescindible, limitar por ley los mandatos de los cargos orgánicos e institucionales. Con la actual duración de cuatro años, el límite debería ser dos legislaturas y, sólo en situaciones muy justificadas, tres mandatos consecutivos, así como poder votar listas abiertas. La legitimidad del cargo electo se obtienen del electorado, y debe imponerse a la tesis que considera que esa legitimidad la da el partido que lo designa.
No pensar más que en sí mismo y en el presente es,
 en la política, una fuente de error.
Jean de la Bruyère (1645-1696), moralista francés.
César Arrizabalaga y Carlos Guijarro