
Antes que nada, hay que pensar que trabajamos con personas, no con máquinas, ni con muebles. Trabajamos con material sensible. Debemos operar con objetividad, seriedad y respeto hacia todos, y aquellos que no se adaptan a los nuevos tiempos, que no tienen el perfil adecuado, en definitiva, que no suman, sino que restan, no pueden, con su presencia, desacreditar las siglas, ni la experiencia, o el bagaje y los éxitos conseguidos. Vaya por delante que no hay que herir gratuitamente las sensibilidades de nadie y es nuestra obligación saber valorar todo aquello que pueda ser útil, sin desaprovechar experiencia o conocimiento.
¿De dónde tiene que venir la renovación? Soy del parecer de que tenemos que pensar en aquellas personas que han trabajado en segunda línea, que han acumulado experiencia, que han participado activamente en proyectos compartidos, que muestran empatía, que saben sumar y no restar. Estas personas deben tener protagonismo y no dejarnos llevar por la moda del momento, aquella que da más importancia a la forma que al fondo, al continente que al contenido. Y, sobre todo, tenemos que afinar mucho y ser agudos para descartar a aquellas personas interesadas que, con un interés meramente personal, se nos han acercado con la única finalidad de obtener un cargo público o un trato de favor. Personalmente, lo tengo muy claro: ser mujer o joven, o cualquier otra cuota demográfica, puede ser una condición positiva y necesaria de representación, pero no suficiente para desempeñar cometidos de responsabilidad. Hace falta, además, capacidad, actitud proactiva y aptitudes para realizarlas.
Entonces, ¿cómo es que hay tantos problemas cuando se plantea que ha llegado el momento de la renovación? La experiencia me dice que es porque, este tema, no está ni bien planteado, ni bien resuelto en los estatutos que nos rigen. Pero esto lo dejo para otro día.
Como decía mi buen amigo, los electrodomésticos duran diez años y cuando llega el momento de cambiarlos hay que acertar en la renovación, no dejarse llevar por ofertas espectaculares, por envoltorios glamorosos o por la publicidad engañosa. Lo barato se acaba pagando caro.