Decía en la reflexión anterior que el carácter de los equipos no se forma por la estética de sus componentes, sino por su ética, por el convencimiento de formar parte de algo importante, de saberse depositarios de un compromiso con el resto de miembros, y con la colectividad de la que forman parte, por un compromiso de servicio. Poco tiene que ver la juventud o la vejez de sus miembros, su altura o peso, la procedencia de cada uno de ellos, o su formación como clave del éxito. Lo que realmente determina no son sólo caras nuevas –o viejas– , sino líderes visionarios capaces y convencidos de su misión, implicados, que atraen adhesiones y conquistan ilusiones, que compactan y crean equipos motivados y convencidos. La roja de del Bosque, y antes de Aragonés, era eso y sigue siéndolo aún. En otros tiempos, y en contextos difíciles, Winston Churchill o Charles De Gaulle fueron los verdaderos artífices de grandes cambios, el Felipe González de Suresnes, también. Así como el recientemente malogrado Marcelino Camacho o Labordeta que, en diferente escala, han dejado una marcada huella en nuestra reciente histórica. Líder es el que suma y multiplica adhesiones, no el que resta o divide apoyos. Líder es el que comparte los éxitos, como hizo del Bosque con Luís Aragonés en la entrega de premios, y el que asume personalmente los fracasos salvaguardado al equipo. No el que monopoliza los éxitos de los demás y se desentiende de los propios errores.
Como decían los versos de Eliot, la única sabiduría que podemos esperar adquirir es la de la humildad. La humildad es interminable, pero el tiempo es finito.

