divendres, 29 d’octubre del 2010

Los equipos (1)

Hace pocos días, Enrique Vila-Matas citaba en El País unos versos de Eliot que nos decían lo siguiente: “La única sabiduría que podemos esperar adquirir / es la sabiduría de la humildad: / la humildad es interminable” La reflexión me evocó el reciente premio Príncipe de Asturias al deporte: la selección de futbol española y su conquista mundial. Todos retenemos en la retina la humildad y constancia de ese equipo, el sacrificio, la perseverancia y el grupo humano que lo forma, compuesto por personas bregadas en miles de batallas, entrenados para la victoria y para la derrota, viajeros incansables que han competido en todo tipo de campos, en todas las condiciones posibles, antes adversarios que han dejado muchas cicatrices.
En el Teatro Campoamor de Oviedo estaba aquella representación de futbolistas de la selección española de futbol que recibían el galardón. El director de toda esa gesta, Vicente del Bosque, tuvo un gesto en el acto protocolario que lo honró aún más. Llamó al sabio de Hortaleza, Luis Aragonés, su predecesor, para compartir con él un premio que es de todos.
Explico todo esto porque me pregunto ¿qué es lo que forma un equipo? Una suma de personas con un único objetivo no es necesariamente un equipo. Un grupo de personas que coinciden en el ascensor y pretenden subir juntas no es un equipo, como tampoco los asistentes a una manifestación, ni tampoco, y necesariamente, personas que trabajan juntas. Los equipos se forman a partir del convencimiento y del sentimiento de realizar una misión que va más allá de lo inmediato, que trasciende al propio interés personal. La idea de misión es central, el compromiso y la implicación afectiva necesarios, al igual que el liderazgo conquistado por derecho propio, el meritocrático.
En política pasa lo mismo, y en política local más aún. Si no hay misión, ni convencimiento, ni liderazgo, por muchas caras bonitas que haya, por mucha estética o juventud que aparezca, cuotas de género o de etnia, por muchos modelitos y posturas que se luzcan, book de fotos, promociones y proyección pública…, si no hay nada substancial, no hay equipo político, sólo pastiche. Todo se resume a una suma de intereses personales, livianos, volátiles y, como tales, cambiantes a la menor de cambio. En los equipos políticos compactos, convencidos y sólidos no tienen cabida los impostores, y menos aún los mercenarios. A los primeros el tiempo los delata, los segundos cambian ante el mejor postor.