dijous, 18 de novembre del 2010

El País Vasco y la regla de medir (1)

Hace pocos días colgué en mi Facebook una cita de Thomas Carlyle que nos recordaba que no se puede vencer realmente sin convencer y que la victoria por la fuerza no es victoria duradera. Para serlo debe haber (re)conciliación, incorporando, tarde o temprano, a unos y otros en una dinámica de reconocimiento mutuo y dejar de mirar al pasado −sin olvidarlo−, y enfocar bien el futuro. En el País Vasco algo se mueve.
Últimamente, cuando uno pregunta a un ciudadano de la calle en el País Vasco cómo ve Euskadi y le responde con un seco “mal”, es que va bien. En cambio, si no le responde, o desvía la respuesta, es que va mal, y si le contesta “muy mal” es que va peor, va mal de verdad. La moderación estética y lingüística en el País Vasco hace tiempo que han desaparecido, pero no el segmento psicológico que grada las opiniones. Es como si en una regla de escuela, esas que usan los escolares para medir polígonos, en la parte central hubiesen desaparecido las rayas que miden los centímetros y, en cambio, en los extremos las señales que sirven para mesurar, unas estuviesen desproporcionadas marcadas y otras difusas o, simplemente, inexistentes. En sí, esa regla es poco práctica por su imprecisión. Tal y como está, no sirve para mucho, pero se utiliza, y desde hace mucho tiempo, porque, al fin y al cabo, es (más o menos) recta, permite trazar líneas e, intuitivamente, todos saben ver donde se encuentra, aproximadamente, el centro y donde están los extremos, haya o no señales visuales que lo indiquen.
A mí me parece que el lenguaje simbólico y los códigos en el País Vasco son sensiblemente diferentes a los de otros lugares. Y para entenderlos hay que saber descifrarlos, traducirlos. Yo creo que, a pesar de los pesares, a pesar de las últimas noticias, de las comparecencias judiciales, disfunciones, falta de precisión en muchas declaraciones, movimientos políticos incomprensibles, irritaciones e incomprensiones de unos y otros, el País Vasco, me parece a mí que, por primera vez en décadas, se está alejando del pedregal. Quedan todavía muchos pasos que dar, y problemas que resolver, pero vamos en la dirección correcta.
La regla escolar a la que antes hacia referencia, está ahí. Vale para poco por su imprecisión, pero existe y, aunque inexacta, viene siendo utilizada desde hace mucho tiempo. Ahora, ante este nuevo escenario, lo primero que hay que hacer es ponerse a dibujar las señales que faltan, acotar los límites en los extremos y aprender a compartirla. Ponerla a punto. Que las rayas que se tracen salgan más o menos rectas dependerá que la habilidad de unos y otros, pero si la comparten y aprenden a dibujar conjuntamente, seguramente, el siguiente paso puede ser que acaben compartiendo pacíficamente el patio del colegio a la hora del recreo. Que acaben o no jugando juntos dependerá de ellos, no de lo que les digan sus padres o abuelos.