dilluns, 18 d’octubre del 2010

La ambigüedad de la política

No pocas veces hemos leído que una de las causas de la desafección de la gente hacia la política es la ambigüedad de muchos políticos, de sus promesas, de sus discursos o propuestas. A la gente de la calle le acaba irritando que los políticos pongan buena cara cuando piden el voto, hagan todo tipo de promesas, y al día siguiente de las elecciones se sientan que les dan la espalda. Aunque no siempre es así, es una imagen colectiva bastante fijada.
El tactismo político en periodo electoral acentúa la ambigüedad de las propuestas políticas, sobre todo en aquellos partidos mayoritarios que se sitúan en el centro del arco político. Ejemplos hay de todo tipo. Aquí tenemos algunos: que si se celebra o no los debates cara a cara entre Mas y Montilla, que si voy o no voy, y a qué hora y acompañado de quién, al Fossar de les moreres en el aniversario del fusilamiento de Companys, lo mismo para el Día de la Hispanidad, que si doy o no apoyo al soberanismo y a las consultas populares y cómo lo hago y dónde lo digo, etc. etc.
Detrás de todo esto está la voluntad de distanciarse lo menos posible de un supuesto “elector medio”, aquel que es moderado en todo, extremo en nada y razonablemente sensato en mucho. En el caso de CiU ese guiño táctico y esa ambigüedad política no es sólo para “su” electorado, sino también para soberanistas desencantados de ERC, para la gente de orden que se siente cercana al PP y para ciudadanos metropolitanos del área de Barcelona, tradicionalmente de izquierdas. Para los socialistas la ambigüedad, aunque menos que en el caso de CiU, se dirige para atraer a catalanistas moderados que desconfían de CiU, reforzando la fidelidad del votante natural del área metropolitana de Barcelona, dándole el menor desaire posible, y atrayendo a electores que se sienten tan catalanes como españoles y moderados en la cuestión lingüística. El Partido Popular es la máxima expresión en el descaro de su ambigüedad y en su tactismo cortoplacista. Los populares hacen malabares con las palabras entre el centralismo de sus propuestas y el estado de las autonomías, entre el liberalismo de su política económica y promesas quiméricas para no ahuyentar a las clases más desfavorecidas. Miren, además, el papelón hipócrita que están realizando con los toros, la demagogia en el tema de la inmigración y su pertinaz crítica a cualquiera que mire de reojo a la bandera española.
La ambigüedad de la política en momentos con los actuales se ceba con guiños a diestra y siniestra, con gestos de amabilidad para todos. Todo concluye en una alocada carrera del todos contra todos para ser lo más atractivos posibles a todos los segmentos electorales. Los partidos supuestamente más extremos tampoco quedan fuera. Algunos ejemplos. Iniciativa per Catalunya con la visita del Papa a Barcelona hace equilibrios entre su obstinada oposición y el respeto que exigen muchos curas rojos y sus votantes creyentes, aunque poco prácticamente. Esquerra Unida i Alternativa tampoco deja de asombrar entre el esperpento de solicitar la apostasía y la publicidad indirecta que hace a la propia Iglesia católica con el único objeto de sacar pecho ante un electorado más impío. Los independentistas de Laporta, Carretero o ERC no dejan de postularse en todos los segmentos políticos posibles en una pista de baile con muchas parejas sueltas. Rosa Díaz, más de lo mismo, Montserrat Nebrera idem de idem, Ciutadans, ¡ni hablemos!
Desde el socialismo democrático tenemos que saber explicar la acción de gobierno realizada, basada en hechos, no en promesas, manifestar la seriedad de nuestras propuestas, desenmascarar las propuestas irreales de vendedores de crecepelo. En este circo político la mayoría de políticos y líderes se lanzan en tumba abierta a ver quien riza el rizo en programas imposibles, con una demagogia desalmada y con una desvergüenza infinita.
No hay duda que la rifa de la política en periodos preelectorales provoca esperpentos populistas con los ojos fijados únicamente en el saco de votos. Hay que ir con los ojos tan abiertos como podamos, pero tan entornados como sea posible para no deslumbrarnos con los focos del teatro político, ni sucumbir a los cantos de sirena.