dissabte, 18 de setembre del 2010

El pedestal no forma parte de la estatura

Estoy releyendo un libro que recomiendo sinceramente: Los ensayos, de Michael de Montaigne. Escrito hace más de cuatrocientos años, analiza de forma minuciosa la condición humana y el comportamiento social. En un breve apartado titulado La desigualdad que hay entre nosotros, nos recomienda no juzgar a las personas por sus adornos, por su maquillaje, por su sexo, por su belleza, o por el lenguaje que utiliza. Nos alerta de no dejarnos deslumbrar por la pompa, por el brillo, por la locuacidad o por la estética del orador. Estas reflexiones me vienen a la cabeza al observar cómo la condición humana persigue persuadir con aditamentos de todo tipo, con el objetivo de hacerse ver, llamar la atención y generar confianza, a través de ir bien vestido, bien maquillado, con un corte de peluquería, o por exhibir una sugestiva sonrisa. La política no se escapa de ello, y muchos políticos, en mayor o menor grado, tampoco.
No hay duda que este tipo de enmascaramiento al que hace referencia de Montaigne altera nuestro juicio. El resultado en que, en un afán de reputación y de gloria, la esencia política queda marginada en un rincón, aislada por la estética política que le da la espalda en el ágora pública.
En palabras del ensayista francés, nos recomienda que es preciso juzgar por sí mismo, no por los adornos y preguntarnos por qué consideramos grande a quien nos lo parece. Y quizá respondamos por que no tenemos en cuenta la altura de las suelas.
El pedestal no forma parte de la estatura. Hay que medir sin los zancos, sin honores, sin maquillaje. Hay que ir con los ojos muy abiertos para saber en quien depositamos nuestra confianza política, en quien no y las razones por lo que lo hacemos.