dilluns, 27 de setembre del 2010

Camino de ida y vuelta

La política debemos concebirla más como una dedicación que como un trabajo. Separar estas ideas es imprescindible. La política es un camino de ida y vuelta. Llegas, coges el tren, recorres un camino más o menos largo, arribas a una estación, te apeas, y coges el tren de vuelta. Fin del trayecto. Ahora suben otros con un destino calcado. La política no debe contemplarse como un fin, sino como un medio para conseguir fines colectivos, no personales o corporativos.
No hay duda que de la capacidad de los que se dedican a la política depende el éxito común. Dejando de lado contextos adversos que dificultan enormemente las diferentes soluciones, si son pocos los capaces y pocos los entregados, el proyecto se desmorona, porque el líder se encuentra sólo, sin apoyos. Y al contrario, con muchos entregados y muchos capaces, el líder se siente arropado y más libre para proyectarse al exterior con dedicación y menor interferencia interna.
Muchas veces he oído comentar, entre personas de todo tipo, que dedicarse a la política sólo debería estar al alcance de los que poseen estudios universitarios, ya que se supone que disponen de un mejor marco conceptual para comprender el entorno, además de cultura, idiomas, en el mejor de los casos, y perspectiva comparada. Negar esta evidencia es absurdo, como también vetar el acceso al que no cumple estos requisitos. Hacerlo seria limitar el acceso a la política al 85% del total de la población, por el mero hecho de carecer de estudios superiores. Algo que la propia esencia de la democracia niega y el sentido común reprueba y censura.
Soy de los que piensan que el acceso a la política debe tener los menos obstáculos posibles. Cualquier persona debe poder entrar en política y dedicarse a ella sin más requisito que su propio convencimiento. Ahora bien, después de entrar, la propia competencia interna, plural, transparente y en igualdad de condiciones, debe hacer el resto para seleccionar a los más capaces. No vale el amiguismo, ni colocar a familiares, amigos o conocidos. Los únicos interesados en defender el planteamiento elitista de limitar el acceso a la política, y favorecer a los propios, son los que no creen en la democracia y desprecian al pueblo soberano.
Sabemos que la política no se aprende en la universidad, el liderazgo tampoco. Liderar es conducir con el ejemplo personal como única bandera. Las fotos de estudio, las poses o los discursos son útiles, pero no definitivos. Sólo es líder aquel que por méritos propios se ha ganado la visibilidad y contribuye a la mejora del colectivo, de la sociedad. Es el que tiene visión, trabaja más que nadie, teje alianzas y establece complicidades positivas. Un buen líder sabe rodearse de personas más inteligentes que él, a las que atrae y fideliza, no de almas obedientes o mediocres. Igual que el liderazgo, la sensibilidad y el humanismo tampoco se aprenden memorizándolas. La sensibilidad es una cualidad humana que se cultiva en el trato personal. No se aprende a ser sensible o cercano. Como máximo se simula pero, tarde o temprano, acaba descubriéndose el engaño.
Cada vez creo más que necesitamos menos políticos de diseño, de laboratorio, de invernadero y más políticos bregados, conectados de verdad con la calle, con empatía, capacidad de aprendizaje, humildes, sacrificados, constantes y tenaces. Y que no olviden que la política es un camino de ida y de vuelta.