dissabte, 6 de març del 2010

La esencia de la democracia


En democracia la renovación de los cargos públicos es uno de los elementos que la define, que la distingue. Es el único sistema que pone periódicamente a disposición del pueblo soberano las responsabilidades de gobierno con el fin de elegir personas y acordar prioridades en la intervención política.
Evitar la perpetuación en el cargo, buscando la rotación para fomentar ilusión y renovación es un pilar clave del sistema democrático. Existen determinados mecanismos para promover los recambios. Por ejemplo, algunos estados de tradición republicana, limitan el mandato de determinados políticos hasta ocho años. La solución no es tan fácil como pueda parecer al principio, porque mandatarios eficientes pueden verse obligados a abandonar sus responsabilidades al cumplir dos mandatos. No parece que exista una solución única, sino combinada. Donde todos estamos de acuerdo es en que la participación y la renovación de cargos son, por tanto, la quintaesencia del modelo.

El mayor mal que intenta evitar la democracia es la personalización del poder. Es decir, que el cargo público no llegue a ser patrimonio de nadie, que siempre sea temporal. Si miramos atrás vemos que en cualquier sistema de gobierno no democrático, la legitimidad para ejercer el poder se ha basado en argumentos personalistas o patrimoniales. El poder se ejercía por derecho de conquista, por haber ganado una guerra o impuesto por la fuerza de las armas, o por mandato divino, con todas las variantes sucesorias posibles.

Hace escasamente dos siglos, se empieza a romper este círculo vicioso. La democracia rompe con la perpetuación del cargo del antiguo régimen, y se renuevan las responsabilidades y las personas que ejercen el gobierno.

El buen gobierno, o el gobierno óptimo, es el de podemos bautizar como el de las 3 erres: el que renueva cargos, el que refresca perfiles y el que reconsidera actuaciones. El mal gobierno es el de las 3 pes: el que persigue intereses personales, el que perpetua cargos, y el que patrimonializa la dedicación política.

La política es necesariamente –y convenientemente– temporal. Nunca puede ser una salida profesional a una situación personal. La política debe estar al servicio de la colectividad, no de uno mismo. Concejales, alcaldes y alcaldesas, ministros o consejeros, no somos fijos de empresa, tenemos una dedicación o empleo temporal. Estamos un tiempo y dejamos de estar para que otros nos substituyan. La rotación de los cargos es saludable y debe ser progresiva y viva.

Todos, por el bien de la política, debemos permitir y facilitar la renovación en las responsabilidades. Unos entran y otros salen. En democracia siempre ha sido así y siempre debe seguir siéndolo. El buen gobierno, como también la buena oposición, es aquel que se renueva, aquel que incorpora nuevos perfiles y aquel que es autocrítico con lo hace o deja de hacer. El mal gobierno, o la mala oposición, es el que se enquista en si mismo, el que se quiere perpetuar en el poder a cualquier precio y el que persigue intereses personales.

Los espejos donde muchos y muchas se miran y remiran, deben convertirse en ventanas y puertas abiertas a un mundo más extenso que el que nos refleja el espejo.

Muchos se preguntarán el sentido último de estas reflexiones. Es muy sencillo. Es preciso, más que nunca, defender con mayúsculas, y con coraje, la política, y el compromiso de servicio público frente a los depredadores, a las malas artes, a los interesados, aprovechados y los que la desvirtúan. Hay que desenmascarar a los interesados, a los trepas, a los políticos de tómbola, a aquellos que despiertan su ideología por sorpresa, a aquellos que utilizan malas artes para conseguir sus fines, a los que defienden únicamente sus intereses personales, camuflándolos con los del partido, al que utilizan como pantalla de promoción. Todo ello, tarde o temprano, acaba desacreditándoles, pero, además, genera un mal casi irreparable en la imagen que se transmite a la opinión pública de la política. Una dedicación donde miles de hombres y mujeres emplean su tiempo con un trabajo diario, serio, honesto y anónimo por intentar mejorar sus ciudades, pueblos o villas.