La proliferación de la tele basura parece que no tiene límites. No dejan de prodigarse programas y más programas que ahondan en la estupidez humana, en las miserias, en el chafardeo, en la banalidad. Programas sin sentido, donde unos personajillos de tres al cuarto venden lo que nadie les compra en su vida privada. Mercadean con sentimientos que van desde la humillación más vil, hasta el insulto más repugnante.
Hace años salió al mercado un libro con gran impacto, Homo videns. La sociedad teledirigida, de Giovanni Sartori, donde el autor italiano advertía que el homo sapiens, un ser caracterizado por la reflexión, por su capacidad para generar abstracciones, se está convirtiendo en lo que dio en llamar un homo videns, una criatura que mira pero que no piensa, que ve pero que no entiende.
Asistimos a un homo videns postrado ante una televisión que caricaturiza el mundo real, y que transmite discursos pobres, con falta de significado. Donde la imagen y el color anulan el pensamiento. Donde todo va directamente al estómago, a los intestinos, a la sangre del televidente, sin pasar por el cerebro. La televisión de este siglo XXI es entretenimiento y margina cualquier función diferente. Culebrones o telenovelas, hacen la comparsa a realities shows con decorados de Las Vegas y personas sacadas de Los Simpsons, marionetas tristes y vulgares que compiten entre ellos por ver quién la dice o la hace más gorda, para poder ser llamado en el siguiente programa y aumentar su caché en el teatro de lo absurdo. ¡Penoso!, ¿verdad?
La primacía de la vulgaridad gana terreno al buen gusto, la cochambre inunda los pocos rincones de la privacidad de nuestras casas, antiguo refugio de los individuos, de las familias. Las imágenes, en el fondo, carecen de significado, son fuegos de artificio que emboban a miles de personas. Me entristece observar como la degradación del homo sapiens se eclipsa en la misma medida que ese encumbra el homo videns de Sartori, donde la imagen se presenta como veraz, única, omnímoda, y que provoca una fe ciega. Pero la imagen no es neutral, se elabora, se crea, se configura y manipula para provocar unas reacciones y no otras.
Se nos representa un mundo en secuencia de primeros planos a una velocidad incesante. Los medios de comunicación, la televisión en particular, en el fondo, y desde hace tiempo, está ganando el pulso a la democracia representativa. La política, los políticos, los discursos, los tempos o la puesta en escena, se adapta al lenguaje televisivo, no al revés. Y si no te interesa, no sales, o sales mirándote los demás por encima del hombro, o siendo diana de insultos de muchos, que sin dar la cara se escudan detrás de una pantalla de plasma que los protege en su anonimato
Ese homo videns, en el fondo, es una victima del sistema. A medida que aumenta su exposición al mismo, se reduce su mirada crítica. Muchas cadenas de televisión, por desgracia la mayoría, –pero también con honrosas excepciones–, asisten impasibles a esa degradación. No apuestan por contenidos de calidad. El resultado es qué vemos –o no queremos ver– cuando encendemos esa ventana al exterior que es la televisión, de omnímoda presencia en nuestras vidas. Al tanto, ¡no es broma!