La sesión de aprobación de unos presupuestos públicos son, tras los discursos de investidura de presidentes o alcaldes, uno de los actos de mayor trascendía política de cualquier legislatura. Si los presupuestos son la política en números, la sesión donde se presentan y debaten es la esencia misma de la democracia parlamentaria. Podemos decir que la sala de plenos se convierte en un verdadero coso político donde se miden las fuerzas, los argumentos, donde se defiende y se critica, donde, dialécticamente, se baten los diferentes portavoces, donde se esgrime la política en estado puro. Todo ello exige una preparación minuciosa, un argumentario rico, además de llegar preparado y convencido a la sesión, sabiendo qué se defiende y qué se ataca, planteando alternativas, soluciones y mejoras en la acción de gobierno.
Pues bien, el pasado 8 de enero celebramos en Montcada y Reixac un pleno extraordinario donde se presentaban los presupuestos municipales para el 2010. Es decir, una sesión de máxima importancia política. Al acabar, y ya con los presupuestos aprobados con el voto afirmativo del gobierno de la ciudad, la sensación que tuve como Alcalde es que la oposición había divagado como nunca. Desde el primer momento me dio la sensación de que habían preparado poco la sesión. Sospecha que quedó confirmada en las diferentes intervenciones de los portavoces de la oposición. Mientras los escuchaba no dejaba de pensar en el sentido de la política. Creo que un debate de presupuestos exige más rigor, ganas y preparación que el que pude observar. En él, no se puede hacer demagogia diciendo, como oí de la portavoz de la derecha más rancia, que hay que bajar impuestos y ofrecer más servicios, algo parecido a proponer que con menos se haga más, o que cualquier trabajador con menos sueldo tenga un coche más grande o se vaya de vacaciones más lejos, más días y a un hotel más caro. Tampoco se puede decir en una reunión de presupuestos que el de este año es irreal, porque se ha incrementado un 1%, como comentó otro portavoz de la oposición, o que el presupuesto de educación baja un 80% respecto al año pasado. El presupuesto de educación no baja, sino que sigue una tendencia creciente, y el presupuesto de todo el Ayuntamiento para este año es muy austero, ha aumentado un porcentaje casi residual, si lo comparamos con que tenemos más población, más servicios que ofrecer y más proyectos de ciudad que atender. Yo creo que los presupuestos municipales –por ende la acción de gobierno– deben ser racionalmente incrementalitas y ambiciosos. No de una forma desproporcionada o descerebrada pero si siendo consciente, por poner algunos ejemplos, que la mayor oferta de plazas de guardería, alumbrado y limpieza viaria de nuevas calles, arreglo de vías públicas o los nuevos equipamientos municipales, son servicios que se ofrecen a la ciudadanía, pero que todo ello representa una inversión, un coste. El paroxismo llegó a su punto álgido cuando los portavoces de la oposición empezaron a mezclar churras con merinas. Confundiendo tocino con velocidad, llegando a conclusiones surrealistas de un presupuesto que como el que aprobamos el pasado 8 de enero si algo lo caracteriza es por su rigor, ambición de ciudad y compromiso de servicio. En definitiva, un presupuesto que avanza un paso más en el Plan de Acción Municipal, el compromiso de legislatura que adquirimos con toda la ciudadanía. Y es lo estamos haciendo.