dimarts, 19 de gener del 2010

La Cruzada del obispo Munilla


Soy de los que piensan que las creencias forman parte de la exclusiva intimidad de las personas. Creer o dejar de creer en algo o alguien es una potestad personal de los individuos. Nadie debe interferir en ello. Los comunismos y las teocracias lo intentaron y así les fue. Debe respetarse todo con el único límite que esas creencias no interfieran en el desarrollo general de la colectividad, o que se presenten como excluyentes de otras.
Las iglesias han sido verdaderos artífices de un lento pero eficiente entramando de poder. Como la hiedra han ido creciendo y solidificando verdaderas estructuras de poder terrenal, el único poder que sepamos hasta el momento existe. Las iglesias, todas las iglesias, a partir de determinados hechos fundacionales han ido creando una organización de poder compleja, jerárquica y dependiente, ideando liturgias y dotándose de funcionarios con el único objetivo de perpetuar el propio modelo y proteger las supuestas esencias fundacionales.
En este marco, y desde los últimos tiempos, estamos asistiendo al enésimo episodio de la jerarquía católica española, que se opone a casi todo lo que sucede en su entorno, en una lucha a ciegas contra un infiel, contra un enemigo, muchas veces imaginario. Dejando al lado Roucos Varelas y compañía, ahora en el País Vasco, el obispo Munilla está orquestando una Cruzada como nunca habíamos visto por Euzkadi. No quiero volver a citar el desplante que tuvo que sufrir el pasado diciembre ante los curas de la diócesis de Guipúzcoa al considerarlo públicamente no idóneo para el cargo. Nunca hasta ahora había sucedió algo parecido, ni el País Vasco, ni en ningún otro sitio.
Munilla pertenece al sector más conservador del episcopado. Ha llegado a criticar con dureza el Concilio Vaticano II, aquel que abrió, por fin, la Iglesia Católica a la edad moderna, lástima que con 4 siglos de retraso, porque se inicio en 1962. Imagínense qué perfil tendrán aquellos que, como Munilla, llegan a criticar el Vaticano II. En fin, eso es sólo una anécdota. Últimamente se ha prodigando en comentarios desafortunados sobre que la supuesta deriva moral de los españoles causa más desgracias que el terremoto de Haití, o lo desgraciados que pueden llegar a ser niños que no nazcan en familias heterosexuales, cristianas y tradicionales. Siendo ya clásico el posicionamiento opuesto a preservativos, y demás.
El señor Munilla, no por ser vasco, donostiarra y euskaldun, supone automáticamente que sea el más adecuado para desarrollar su función. Hace falta una habilidad integradora y de respeto a las diferencias de la que adolece el nuevo obispo. Si se me permite, hace falta una cierta sensibilidad nacionalista con un ligero progresismo civilizado. En Catalunya y en el País Vasco la moderada y no beligerante sensibilidad nacionalista del clero siempre ha sido un activo para la iglesia. Su defensa de la nación, de la lengua, de la cultura y la historia le ha acercado al pueblo. Comprender y defender el hecho diferencial ha contribuido a ganar muchas luchas políticas de las que toda la feligresía se ha beneficiado, creyentes y no creyentes. Sabemos que la sensibilidad nacionalista por si sola no es garantía de nada pero sin ella, menos aún en el País Vasco. El PNV, conocedor de esta realidad, ha intentado siempre dominar la iglesia-país, intentando construir lo que yo he dado en llamar euzkoklero. Los episodios de determinados miembros de ese euzkoklero han llegado a ser esperpénticos, llegando a blandir más la txapela que la cruz. Por favor, ni una cosa ni otra.
Sr. Munilla, y euzkoklero, se debe aprender a mirar fuera de los muros, comprender lo que sucede, acercarse a los que sufren, a las victimas, unas y otras, y contribuir al desarrollo de la comunidad, con humildad, convencimiento y tolerancia.