dijous, 24 de desembre del 2009

Soy taurino, ¿y qué? (1)



En democracia, la política no puede tener miedo. Mesura y cautela sí, pero miedo no. El Parlamento de Catalunya no debería haber votado en secreto la proposición que pretende que se prohíba o no las corridas de toros en Catalunya. El voto secreto no se ha utilizado para ninguna de las leyes importantes y no debería haberse utilizado en este caso. Pero ¿por qué ha sido así? Intentaré argumentar mi punto de vista sobre el tema.
Creo que cualquier cargo electo, como diputados y diputadas, o concejales y concejalas tienen la obligación de exhibir su opinión. Manifestar qué opinan sobre esto o aquello –en este caso sobre los toros–, y la ciudadanía conocerla. Quiero, en primer lugar, ser muy claro antes de continuar. Tal y como cito al principio: me gustan los toros y voy a intentar argumentar no el gusto por ello, que entra en un campo estético y ontológico, sino porque entiendo que, como manifestación cultural que es, merece ser tratado con total naturalidad. Abogo porque ni se protejan, ni se prohíban. Y que se respete tanto a la gente que lo denuncia como a los que los defienden. Y que no quien más ruido hace, más razón tiene. Creo que flaco favor haríamos a la cultura si los suprimimos. Evito extenderme en que es una manifestación cultural milenaria, tradicionalmente arraigada, anterior al mismo Estado o nación, y asociada a la fiesta popular. Pero vaya por delante que esto no es un invento de hace cuatro días ni un capricho snob o un gusto trasnochado de cuatro pueblerinos incultos.
Yo creo que la supresión de los toros es el primer paso a una homogenización sin precedentes en la historia de los gustos. Si prospera su prohibición, después de esto vendrá prohibir los correbous, los Sanfermines, comer ostras –recuenden que se comen crudas-, degollar y celebrar la fiesta del cordero –clave para la cultura árabe/musulmana, fumar, no ya en restaurantes o bares, sino en la calle o incluso en tu casa, las hogueras y los petardos de Sant Joan, por el riesgo de incendios, la matanza tradicional del gorrino, prohibir la exhibición de animales en circos –como muchos municipios han prohibido–, suprimir los zoológicos –por mantener a los animales en cautividad–, o la exhibición de delfines o focas haciendo acrobacias en parques acuáticos…. En definitiva, cualquier manifestación, minoritaria o no, que pueda representar un mínimo riesgo, una posible ofensa para alguien, o un trato que un sector catalogue de ofensivo o degradante para los animales. En este paroxismo inútil alguien podrá llegar a proponer que se llegue a penalizar la mirada al trasero de la señora o señor que pasa a tu vera, por lo ofensivo que le pueda resultar al propietario del culo.