El Ayuntamiento de Cerdanyola debe recuperar la normalidad. Y lo debe hacer con sentido común. Hace algún tiempo, cité en otro lugar que lo que mal empieza mal acaba. Me refería a que el experimento de Antoni Morral de conseguir el apoyo del Partido Popular, para perpetuarse en el poder, le pasaría factura tarde o temprano. Y no me he equivocado. El estilo Morral ha provocado su propia caída. No se puede nadar y guardar la ropa. No se puede pretender que te crean cuando dices que eres comunista en esencia, a la vez que minimizas el apoyo que recibes del Partido Popular. La gente deja de confiar, y tu propio gobierno te da la espalda.
Toda esta situación llegó a ser insostenible cuando, con un brusco golpe de timón Antonio Morral, cesó a Consol Pla, la socia de gobierno de CiU. La situación financiera de las arcas municipales, la paralización de muchos proyectos estratégicos o la imposibilidad de negociar los presupuestos del municipio para el 2010, hizo que el PSC, partido que ganó las elecciones municipales de 2007, en número de votos y de escaños, presentase una alternativa creíble para asegurar la estabilidad y la alternancia en la Alcaldía.
Todo el mundo sabía que la ciudad llevaba muchos meses paralizada a raíz que el Alcalde de IC-V se quedase sólo después del desplante a Consol Pla. La situación se había hecho insostenible y Cerdanyola precisaba un reactivo.
Ahora es importante conseguir un gobierno fuerte y estable. La sintonía entre el PSC y CiU para tomar las riendas del gobierno de la ciudad permitirá que el 16 de diciembre Cerdanyola del Vallès tenga una nueva alcaldesa, Carmen Carmona.
Tenemos nuestra esperanza depositada en el nuevo gobierno que encabezará una mujer socialista. El contexto económico no es bueno, pero tiende a enderezarse y la política de Cerdanyola está a punto de despegar, a partir del próximo 16 de diciembre, con un nuevo proyecto político. Seguramente, Antoni Morral se presentará ante la ciudadanía como la principal victima de todo este proceso. Pero la gente sensata sabe que él ha sido el máximo responsable del desgobierno de Cerdanyola, el culpable número uno de lo que ha sucedido. Ahora, hay que cerrar página y recuperar la estabilidad, el sentido común y la seriedad política como esencias del buen gobierno.