Hace unos días reflexionaba sobre las diferencias entre hombres y mujeres a la hora de gobernar. Las conclusiones no son, ni mucho menos, concluyentes, pero me gustaría compartirlas.
De entrada, creo que las mujeres tienen una mayor destreza para gestionar conflictos. Disponen de una mayor maestría a la hora de estudiar mejor los rostros y analizar sentimientos, que también interpretan y trasmiten mejor. De forma muy básica, parece como si el cerebro femenino estuviese diseñado para relacionarse, y el masculino para actuar. A las mujeres, más que a los hombres, les interesa garantizar la armonía social. Es decir, buscar y consolidar relaciones armoniosas, evitar conflictos, generar lazos sociales basados en la comunicación y el compromiso. Utilizan, mejor que los hombres, el lenguaje para lograr el consenso. Les importa menos el estatus que a los hombres, aunque compiten más entre ellas por llamar la atención del resto. Las relaciones son el centro del ser femenino.
Todo esto lo digo en base a mi experiencia personal. En mi época de profesor de instituto, costaba poco ver cómo las estudiantes, las jóvenes mujeres adolescentes, buscaban establecer relaciones estrechas y bilaterales con otras chicas. Los niños, en cambio, pocas veces verbalizaban sobre relaciones, sino que se relacionaban a través del juego, a través de conceptos como el rango social, el poder, la defensa del territorio o el recurso a la fuerza. Creo que, por término medio y generalizando, las mujeres tienen más actitudes sociales, empatía e inteligencia emocional que los chicos. Los hombres son más insensibles a las emociones, las relativizan y se distancian de ellas si perciben que les generarán problemas, en cambio asumen más riesgos que ellas y compiten más directamente en juegos de fuerza o destreza. Los hombres ganamos en inteligencia analítica y racional y suspendemos en la afectiva y emocional, con un cero patatero en “instinto”. Por suerte, todas estas diferencias se van diluyendo poco a poco gracias a una educación basada en la igualdad y el trabajo de las emociones.
No obstante, algunos neurólogos consideran que el cerebro femenino tiene una auténtica aversión al conflicto, instrumentado por el miedo a encolerizar a los demás, con el riesgo de perder relaciones. Parece que hay un cierto acuerdo entre sociólogos y psicólogos en que las mujeres reaccionan con una alarma mucho más negativa ante el conflicto y el estrés de las relaciones que el cerebro masculino. Frecuentemente, los hombres disfrutan del conflicto, de la competición entre ellos, e incluso fanfarronean. Cuestión que las mujeres ni se les pasa por la cabeza. Para las mujeres el conflicto es una amenaza para la estabilidad, para los hombre una oportunidad de poder imponer su criterio. La mujer cuida y busca amistades. Los hombres la apariencia externa de su poder.
Cuando en política hablamos de governanza, hablamos de pensar y actuar en red, en la perspectiva de la dependencia mutua, de compartir información y de decidir conjuntamente, de ir más allá de lo inmediato o de tener interés real por todos los componentes del grupo. Es decir, al hablar de governanza hablamos, ni más ni menos, que de importar la visión de la mujer a la política.
Ellas, en esta vida moderna han tenido que compatibilizar la vida profesional, junto con la dedicación al hogar y la familia, objetivos nada fáciles de lograr. Cada vez son más las mujeres que van consiguiendo ese doble objetivo. Las mujeres deben seguir luchando para que la visión femenina de la política, –alejada de la ñoñería y de los tópicos estúpidos– vaya ampliando su campo de influencia. Aún así, mujeres como Margaret Thatcher, Rita Barberá o Esperanza Aguirre, han dado muestras sobradas de que lo que hacen es reproducir el modelo masculino del ordeno y mando. Claramente, no son el mejor ejemplo de lo que estoy proponiendo.
No puedo determinar que las mujeres sean mejores gobernantes que los hombres, pero si que las habilidades que poseen, en muchos casos, son muy útiles y adecuadas para la política. Es necesario, deseable y urgente que las mujeres vayan asumiendo mayores responsabilidades en las tareas públicas, en la política. No tengo la más mínima duda de que todos saldremos ganando. En las fotografias que ilustran estas reflexiones quiero hacer un reconocimiento a la buena labor de muchas mujeres con responsabilidades políticas que, como las alcaldesas Ana del Frago en Barberà del Vallès, Eva Menor en Badia del Vallès o Núria Marín en Hospitalet, están llevando a cabo.
De entrada, creo que las mujeres tienen una mayor destreza para gestionar conflictos. Disponen de una mayor maestría a la hora de estudiar mejor los rostros y analizar sentimientos, que también interpretan y trasmiten mejor. De forma muy básica, parece como si el cerebro femenino estuviese diseñado para relacionarse, y el masculino para actuar. A las mujeres, más que a los hombres, les interesa garantizar la armonía social. Es decir, buscar y consolidar relaciones armoniosas, evitar conflictos, generar lazos sociales basados en la comunicación y el compromiso. Utilizan, mejor que los hombres, el lenguaje para lograr el consenso. Les importa menos el estatus que a los hombres, aunque compiten más entre ellas por llamar la atención del resto. Las relaciones son el centro del ser femenino.
Todo esto lo digo en base a mi experiencia personal. En mi época de profesor de instituto, costaba poco ver cómo las estudiantes, las jóvenes mujeres adolescentes, buscaban establecer relaciones estrechas y bilaterales con otras chicas. Los niños, en cambio, pocas veces verbalizaban sobre relaciones, sino que se relacionaban a través del juego, a través de conceptos como el rango social, el poder, la defensa del territorio o el recurso a la fuerza. Creo que, por término medio y generalizando, las mujeres tienen más actitudes sociales, empatía e inteligencia emocional que los chicos. Los hombres son más insensibles a las emociones, las relativizan y se distancian de ellas si perciben que les generarán problemas, en cambio asumen más riesgos que ellas y compiten más directamente en juegos de fuerza o destreza. Los hombres ganamos en inteligencia analítica y racional y suspendemos en la afectiva y emocional, con un cero patatero en “instinto”. Por suerte, todas estas diferencias se van diluyendo poco a poco gracias a una educación basada en la igualdad y el trabajo de las emociones.
No obstante, algunos neurólogos consideran que el cerebro femenino tiene una auténtica aversión al conflicto, instrumentado por el miedo a encolerizar a los demás, con el riesgo de perder relaciones. Parece que hay un cierto acuerdo entre sociólogos y psicólogos en que las mujeres reaccionan con una alarma mucho más negativa ante el conflicto y el estrés de las relaciones que el cerebro masculino. Frecuentemente, los hombres disfrutan del conflicto, de la competición entre ellos, e incluso fanfarronean. Cuestión que las mujeres ni se les pasa por la cabeza. Para las mujeres el conflicto es una amenaza para la estabilidad, para los hombre una oportunidad de poder imponer su criterio. La mujer cuida y busca amistades. Los hombres la apariencia externa de su poder.
Cuando en política hablamos de governanza, hablamos de pensar y actuar en red, en la perspectiva de la dependencia mutua, de compartir información y de decidir conjuntamente, de ir más allá de lo inmediato o de tener interés real por todos los componentes del grupo. Es decir, al hablar de governanza hablamos, ni más ni menos, que de importar la visión de la mujer a la política.
Ellas, en esta vida moderna han tenido que compatibilizar la vida profesional, junto con la dedicación al hogar y la familia, objetivos nada fáciles de lograr. Cada vez son más las mujeres que van consiguiendo ese doble objetivo. Las mujeres deben seguir luchando para que la visión femenina de la política, –alejada de la ñoñería y de los tópicos estúpidos– vaya ampliando su campo de influencia. Aún así, mujeres como Margaret Thatcher, Rita Barberá o Esperanza Aguirre, han dado muestras sobradas de que lo que hacen es reproducir el modelo masculino del ordeno y mando. Claramente, no son el mejor ejemplo de lo que estoy proponiendo.
No puedo determinar que las mujeres sean mejores gobernantes que los hombres, pero si que las habilidades que poseen, en muchos casos, son muy útiles y adecuadas para la política. Es necesario, deseable y urgente que las mujeres vayan asumiendo mayores responsabilidades en las tareas públicas, en la política. No tengo la más mínima duda de que todos saldremos ganando. En las fotografias que ilustran estas reflexiones quiero hacer un reconocimiento a la buena labor de muchas mujeres con responsabilidades políticas que, como las alcaldesas Ana del Frago en Barberà del Vallès, Eva Menor en Badia del Vallès o Núria Marín en Hospitalet, están llevando a cabo.