Una ciudad es el resultado de tres variables: el asentamiento físico, es decir, el espacio que ocupa, las personas que la habitan, y las relaciones de éstas entre ellas y con el exterior. De forma muy resumida un dinamismo de espacio y tecnología en bucles complejos, activados por una variable clave: el conflicto humano. Sin conflicto no hay innovación, ni reto a superar, ni progreso posible. El conflicto que generó el aumento de dinamismo económico en las ciudades medievales cerradas provocó el caldo de cultivo de toda una serie de revoluciones posteriores: científicas, sanitarias, urbanísticas, filosóficas, etc.
Las ciudades son las hermanas pobres de los estados. Ellos gobiernan y lejislan desde lejos, y las ciudades acogen y resuelven desde cerca. A lo largo de la historia las ciudades han venido reclamando más protagonismo. En el siglo XXI, esta reclamación de mayor protagonismo se convierte en exigencia. No es el momento ahora de hablar de la asignatura pendiente de la financiación o de las competencias, sino de la (re)construcción de nuestras ciudades.
En Cataluña la dinámica urbana experimentada en las últimas décadas se ha caracterizado por un proceso de desconcentración residencial sin precedentes hasta el momento. La gran Barcelona pierde atractivo residencial para muchos ciudadanos que, por diversos motivos, establecen su residencia en la primera, o segunda corona metropolitana, e incluso más allá. También la desconcentración productiva ha sido una característica de los últimos tiempos. Las fábricas de chimenea salen de Barcelona, muchas desaparecen definitivamente, y las nuevas ya no necesitan estar en el centro, se establecen en nuevos polos y polígonos industriales blancos, y centros de negocios asociados al sector servicios, asépticos y limpios. En Montcada i Reixac tenemos un ejemplo paradigmático con Barnices Valentine: sale del centro de la ciudad y se ubica en las afueras, convirtiéndose en un ejemplo de fábrica moderna y escrupulosa con las exigencias medioambientales.
Paralelamente a estos dos procesos de desconcentración, humana y productiva, determinados centros históricos de las ciudades han sufrido un cierto proceso de degradación urbana y social, con una débil actividad económica, una pérdida de atractivo para algunos segmentos de la población y, en consecuencia, una escasa inversión privada. Esta nueva situación que estamos viviendo en muchos municipios genera un nuevo riesgo de segregación social: muchos grupos sociales se marchan y los que se quedan son diferentes de los que llegan, el comercio local subsiste con dificultades y el músculo económico y la integración social pierde fuelle. Las diferentes Lleis de barris del gobierno de la Generalitat de Catalunya, los Fondos Estatales de Inversión Social, y todos los recursos que los municipios dedicamos a dar respuesta a estas nuevas situaciones pretenden la mejora de los centros urbanos y de los barrios en riesgo de degradación.
Nos interesa compactar la complejidad de nuestras ciudades, generar una nueva integración social y ciudadana, y mejorar la accesibilidad a los recursos. En definitiva, estimular un nuevo dinamismo, y facilitar la vertebración de la ciudadanía en nuevas dinámicas de convivencia compartida y participada.
Las ciudades son las hermanas pobres de los estados. Ellos gobiernan y lejislan desde lejos, y las ciudades acogen y resuelven desde cerca. A lo largo de la historia las ciudades han venido reclamando más protagonismo. En el siglo XXI, esta reclamación de mayor protagonismo se convierte en exigencia. No es el momento ahora de hablar de la asignatura pendiente de la financiación o de las competencias, sino de la (re)construcción de nuestras ciudades.
En Cataluña la dinámica urbana experimentada en las últimas décadas se ha caracterizado por un proceso de desconcentración residencial sin precedentes hasta el momento. La gran Barcelona pierde atractivo residencial para muchos ciudadanos que, por diversos motivos, establecen su residencia en la primera, o segunda corona metropolitana, e incluso más allá. También la desconcentración productiva ha sido una característica de los últimos tiempos. Las fábricas de chimenea salen de Barcelona, muchas desaparecen definitivamente, y las nuevas ya no necesitan estar en el centro, se establecen en nuevos polos y polígonos industriales blancos, y centros de negocios asociados al sector servicios, asépticos y limpios. En Montcada i Reixac tenemos un ejemplo paradigmático con Barnices Valentine: sale del centro de la ciudad y se ubica en las afueras, convirtiéndose en un ejemplo de fábrica moderna y escrupulosa con las exigencias medioambientales.
Paralelamente a estos dos procesos de desconcentración, humana y productiva, determinados centros históricos de las ciudades han sufrido un cierto proceso de degradación urbana y social, con una débil actividad económica, una pérdida de atractivo para algunos segmentos de la población y, en consecuencia, una escasa inversión privada. Esta nueva situación que estamos viviendo en muchos municipios genera un nuevo riesgo de segregación social: muchos grupos sociales se marchan y los que se quedan son diferentes de los que llegan, el comercio local subsiste con dificultades y el músculo económico y la integración social pierde fuelle. Las diferentes Lleis de barris del gobierno de la Generalitat de Catalunya, los Fondos Estatales de Inversión Social, y todos los recursos que los municipios dedicamos a dar respuesta a estas nuevas situaciones pretenden la mejora de los centros urbanos y de los barrios en riesgo de degradación.
Nos interesa compactar la complejidad de nuestras ciudades, generar una nueva integración social y ciudadana, y mejorar la accesibilidad a los recursos. En definitiva, estimular un nuevo dinamismo, y facilitar la vertebración de la ciudadanía en nuevas dinámicas de convivencia compartida y participada.