Hace escasos días, el Parlamento de Catalunya ha aprobado la ley de centros de culto. La nueva ley busca un equilibrio razonable entre el derecho al culto de cualquier religión, los intereses legítimos de los municipios y las necesidades de asegurar una ordenación urbanística conveniente que permita una mínima regulación de medidas de seguridad e higiene.
Hasta ahora, los temas de los oratorios, mezquitas u otros locales de plegaria estaban regulados de forma irregular, a menudo arbitraria. Era tal el vacío legal que se aplicaba la ley de policía de espectáculos o la medioambiental, cuando rezar no es ni un espectáculo ni una actividad nociva o peligrosa. La ley prevé que los planes de ordenación urbanística municipal establezcan suelo con calificación de equipamientos comunitarios incluidos los usos de carácter religioso.
Esta ley es una buena ley, porque permite a cada municipio diseñar sus planes de ordenación urbanística, valorando las propias necesidades y demandas. De lo que se trata es de conciliar los intereses legítimos de todas las partes: creyentes, confesiones religiosas, vecinos y vecinas e interés general.
La nueva ley no lo regula todo, el futuro reglamento establecerá las condiciones de seguridad, salubridad, accesibilidad, protección acústica, y aforo para evitar molestias a terceros.
Es la primera ley de nuestro entorno estatal y europeo que asume el reto de gobernar la realidad actual de la pluralidad religiosa. Montserrat Coll, la directora de Asuntos Religiosos de la Generalitat de Catalunya, y verdadera artífice de la ley, lo ha manifestado de forma muy clara. Catalunya no tiene grandes conflictos de convivencia religiosa y tiene un nivel de diálogo interreligioso que no se da en otros lugares. La nueva ley contribuye a reforzar esta línea de diálogo y convivencia desde la laicidad, como espacio de respecto y de libertad de creencias y de pensamiento.
No deja de ser significativo que sea un Gobierno de izquierdas el que reconozca los valores de las religiones desde la libertad. Debemos compartir los espacios de encuentro, con el respecto a las creencias personales, y con la protección del bien común.