Hace escasos días Sergi Belbel, director del Teatre Nacional de Catalunya desde 2005, rendía cuentas de la temporada de teatro. Evito los detalles pero el resumen se ciñe a que, pese a la situación económica, seguir apostando por el teatro público, por el teatro en catalán y por lo nuevos formatos de teatro, aunque minoritarios, será la línea estratégica que continuará. Ante la crítica sobre lo costoso que resulta mantener con fondos públicos un teatro como el Nacional, que es deficitario, la respuesta debe centrarse en que la cultura es una apuesta de país, no un lujo y como tal se debe proveer y ofrecerse al público. A raíz de estas opiniones quisiera hacer una reflexión.
Invertir en cultura no es un gasto, es una inversión. La cultura es un valor, no un coste. Para decirlo de forma más sencilla, invertir en cultura es invertir en futuro. La cultura tiene un efecto positivo y multiplicador sobre las personas, sobre el desarrollo social, sobre la misma economía. Cualquier individuo, colectivo o sociedad con visión de futuro y que tenga afán de superarse, lo primero que hace es reconocer su entorno, aprender, invertir en cultura, en escuelas, en universidades, en equipamientos culturales que creen conocimiento y que lo transmitan a las generaciones posteriores. En definitiva, las sociedades con visión ofrecen posibilidades de desarrollo a todos sus miembros, a los niños y a las niñas, a los jóvenes y a la gente mayor, herramientas e instrumentos que le permitan desarrollarse plenamente en su entorno. Y todo ello genera un despliegue exponencial.
Pondré otro ejemplo ¿es positivo gastar dinero en el Gran Teatro del Liceo, siendo, como es, financieramente deficitario –aunque cada año menos que el anterior–? Unos dirán que lo que no es rentable no puede sostenerse y, por tanto, o bien que no se mantenga o bien que el precio de las localidades reproduzca el precio real del espectáculo, excluidas las subvenciones públicas. Este razonamiento, financieramente hablando, es impecable, eso sí con unos efectos secundarios muy concretos. De entrada se conseguirá que la cartelera sea limitada, a gusto de unos pocos, y también se conseguirá que los de siempre sigan yendo, la clase alta, pero a los que les gusta o puede llegar a gustarle, pero no tienen precios subvencionados, nunca irán por que no se lo podrán permitir. Volveremos, por decirlo de alguna manera, al Liceo del siglo XIX, donde solo iban los pudientes. En definitiva, el resultado sería una cultura al acceso de unos pocos y que margina a muchos. Las universidades, hasta hace pocas décadas, eran así, los colegios también. ¿Es esto lo que queremos, lo que nos interesa, lo mejor para todos?