En el artículo anterior hacia unas referencias sobre la izquierda y el nacionalismo y las dificultades que tradicionalmente han tenido para defender causas comunes. Después de episodios trágicos, como la guerra civil y el ostracismo de la dictadura del general Franco, la Constitución de 1978 compuso como pudo la pluralidad del estado español, permitiendo más juego político y la protección de los nacionalismos identitarios. Vascos, catalanes, gallegos, y después andaluces, alzaron la bandera y reclamaron un protagonismo político sin precedentes hasta el momento. Aún así, el nacionalismo y la izquierda han casado mal en los últimos años en España. La pregunta es ¿cómo es si compartiendo espacios políticos comunes, como es la oposición frente al nacionalismo centralista y defensa de las minorías, las relaciones entre izquierda y nacionalismo no ha sido buena? Bajo mi punto de vista la izquierda, en particular el socialismo democrático, ha ido con el paso cambiado cuando tenía que comprender las demandas nacionalistas y no ha sabido enfrentarse a ella, y ser una alternativa creíble, sin llegar a criminalizarla. A la vez el nacionalismo civilizado, siempre ha desconfiado de la izquierda, y de sus verdaderas intenciones. Sus gestos han tendido a interpretarse de forma negativa por los nacionalistas, bajo el modelo anexionista o integracionista de sus demandas.
En cierta manera, unos han sido desconfiados y torpes en los análisis, y otros torpes y desconfiados en sus apreciaciones. Los ejemplos los hemos tenido en el País Vasco y Cataluña. Tanto el PSE como el PSC han tenido verdaderos problemas tácticos de ser una alternativa a los gobiernos del PNV i CIU, y menos de pactar con ellos. El sorpaso sólo se ha producido recientemente como resultado de un desgaste de las opciones nacionalista más la suma de fuerzas políticas alternativas. Ello ha permito la alternancia en los gobierno de Vitoria y Barcelona, con un Lehendakari y un President de la Generalitat de padres no vascos ni catalanes. En el siglo XXI el escenario ha cambiado radicalmente. Las fronteras han dejado de existir, la movilidad de factores ha crecido exponencialmente, la internacionalización de la economía y de la cultura occidental se ha expandido de forma contundente y, sin embargo, las identidades siguen siendo poderosas y activan estados de opinión. En situación de crisis la gente abraza aquello que le hace sentirse seguro, que le da identidad, que le hace sentirse diferente y protegido frente a lo desconocido.
Se ha manifestado extensamente que el mercado, por si sólo nos lleva a todos al abismo. Es precio recuperar la ética de la responsabilidad y la regulación del bien común a través de intervenciones que regulen los mercados y protejan a los más vulnerables. La izquierda democrática aquí tiene un gran trecho a recorrer. El nacionalismo civilizado también. En este gran mundo las personas nos acogemos a lo que nos da sentido, aquello que defiende nuestra identidad e intenta preservarla y transmitirla a las nuevas generaciones. En definitiva yo creo que hay campos comunes entre las izquierdas y los nacionalismos no excluyentes, pero pocos son los que se atreven a compartirlos, y cuando se hace son por motivos electorales y tácticos. Las economías de escala no siempre son operativas en la política. A la vez creo que debemos también provocar una cierta reformulación del léxico político. A veces me da la sensación que la palabra nacionalista está encorado al verbo nación y conservar y su proyección tiene una cierta carga negativa. El palabra izquierda, para determinar esta corriente ideológica, también parece, si me lo permitís, un poco antigua, quizá deberíamos ir acuñado lo de neoprogresista como hicieron hace años los neoconservadores. El nacionalismo no excluyente y, si me lo permitís civilizado, y la izquierda, llámese neoprogresista, o como sea, deben contribuir a superar la vieja caricatura interesada que desde la derecha nos ha colocado para dejarnos siempre mal parados, tildándonos de izquierda trasnochada y rancia o nacionalista insolidarios y rupturistas.
Creo que los valores de la izquierda y del nacionalismo civilizado deben luchar tanto por una economía sostenible, como por una sociedad sostenible. Hay muchos tópicos que debemos romper. No es verdad que la derecha gestione mejor la economía que la izquierda o que los nacionalistas, ni tampoco es cierto que los nacionalistas o la izquierda sólo piensen en el corto plazo y en los intereses románticos, etéreos y utópicos.
La gestión de los intereses, la misma esencia de la política, nos obliga a todos a redefinir y redimensionar con ojos del siglo XXI los nuevos retos. Izquierda y nacionalismo comparten campos comunes y un camino que recorrer juntos o en paralelo, y siempre mirando al futuro.