divendres, 19 de juny del 2009

Izquierda y nacionalismo (II)

En el artículo anterior recogí las aportaciones de José Luís Úriz y Patxi Zabaleta sobre la izquierda y el nacionalismo. En éste quiero hacer una reflexión personal sobre el tema. Antes de nada, he de decir que, como socialista, soy poco nacionalista, pero, en cambio, bastante patriota de la tierra que me acoge, y totalmente de la que procedo. Estoy bien donde trabajo y respeto la gente que me respeta, pero ante todo me considero vasco y defensor de la cultura, tradiciones entiendo perfectamente el concepto de país, tanto en Cataluña como en Euzkadi. En cierta manera soy patriota de las personas, no de los territorios. De los colectivos, no de las esencias. De todos aquellos que comparten con sentido común la vida en sociedad. Aclaro que no soy nacionalista pero tolero la gente que lo es, y lo entiendo. Creo que, como casi en todo, la ratio de nacionalismo, como de izquierdismo, es buena si no es excesiva. Como he explicado en alguna ocasión, Para mí el nacionalismo es como la quinina de la tónica, en pequeñas dosis nos activa, nos empuja, nos satisface y nos da una cierta identidad, pero en dosis altas puede acabar nublándote la vista y, envenenándote sin darte cuenta. Resulta tóxica. Con la izquierda pasa algo parecido, en dosis altas mata. Mirar sino, los antiguos comunismos. La izquierda ha sido desde sus orígenes internacionalista y siempre ha alertado que las disputas nacionalistas perjudican sobre todo a las clases populares, carne de cañón de los conflictos y los eslabones más débiles de las estructuras económicas. Son célebres las citas de los grandes teóricos e la izquierda marxista y no marxista sobre lo pernicioso de las identidades patrias. Sin embargo una fuerza arrolladora comenzó su camino en el siglo XIX y principios del XX y no ha dejado de crece: los nacionalismos identitarios. Su aparición fue la respuesta a los Estados centralistas y nacionales que imponían su criterio cultural y lingüístico de forma impositiva y homogénea. La historia del siglo XIX y XX está plagada de lamentables episodios de nacionalismos enfrentados que han puesto al borde del abismo a media humanidad. Pero también de episodios nacionalistas que han reclamado su derecho a la existencia en igualdad de condiciones, como una manifestación cultural de la infinita pluralidad humana. La biodiversidad, que todo el mundo se apresura a proteger, encuentra su, idéntico contrapunto en la infinita diversidad cultural o lingüística de la propia humanidad. Nuestra historia reciente ha estado muy marcada por capítulos donde las exigencias de unos y las imposiciones de otros han acabado siempre mal. Las reclamaciones vascas o catalanas en los años treinta con una II República débil, en un contexto europeo inestable, movilizó fuerzas reaccionarias que pusieron al nacionalismo periférico entre la espada y la pared, y a los republicanos también. La radicalización interesada de unos y otros confluyó en un enfrentamiento traumático, y sembró de mártires la causa de uno y otros.Yo creo que en la época actual la izquierda civilizada y el nacionalismo civilizado tenemos delante de nosotros un contexto, no particularmente adverso. Por un lado, se constata que las personas requieren sentirse partícipes de algo más que de un gran mercado, que las personas no son solo consumidoras, sino ciudadanos con características comunes culturales, culinarias, lingüísticas, o musicales por poner un ejemplo. Y que esto les confiere identidad. Por otro lado, los valores de la izquierda siguen teniendo máxima validez: proteger a los más débiles, que la religión no intervenga en la política, la defensa activa de las minorías, la aceptación de nuevas formas de familia, otorgar un papel importante al Estado en educación, sanidad, seguridad o dinamización económica son principios ampliamente compartidos.