diumenge, 13 de febrer del 2011

Gobernar es algo más que mandar (1)

Hace unos días tuve el honor de asistir a un seminario internacional que debatía sobre desarrollo, sostenibilidad y retos de futuro. Compartí las sesiones con ponentes de máximo nivel, altos cargos de organizaciones nacionales e internacionales, alcaldes, exalcaldes, ministros y exministros y máximos responsables en diferentes áreas. En uno de los debates, una de las preguntas clave giró alrededor de los retos de futuro de nuestras sociedades, de las posibles respuestas y de los obstáculos a salvar. Apareció un máximo consenso en que, sin la voluntad de la ciudadanía, sin su convencimiento, sin su disposición a seguir avanzando, colaborando, sacrificándose en lo necesario y esforzándose por conseguirlo, sin todo ello, las iniciativas políticas, por si solas, fracasan una y otra vez.
Digo esto porque, a veces, los políticos en activo opinan que a través del decreto, de la ley, de los programas, o de los presupuestos, es más que suficiente para hacer avanzar las ciudades, los estados, para crear ciudadanía. En suma, que las sociedades cambian a golpe de decreto. Y nada de esto es cierto. Son condiciones necesarias pero no suficientes. Porque gobernar en algo más que mandar, es comprender al colectivo al que sirves.
La confianza, esa amalgama de tres elementos que liga al propio sistema político con sus dirigentes y con la ciudadanía, se prepara a fuego lento, se consolida con el tiempo, y se afianza cuando existe sintonía entre valores y proyectos compartidos. Pero, a la menor de cambio, ese esforzado equilibrio puede acabar rompiéndose por falta de efectividad del propio sistema, por liderazgos débiles, políticos-marioneta o por el aumento de la distancia entre política y ciudadanía. Cuando esto sucede, la brecha aumenta, la confianza se esfuma, la ligazón desaparece, y todo se corta. Los tres elementos ya no maceran juntos, ya no están unidos, cada uno va por su lado.
El siglo XXI necesita no sólo dar repuestas a los retos diarios de nuestras sociedades, necesitamos hacerlo a partir de liderazgos emprendedores, dinámicos, visionarios, personalidades políticas que aglutinen, que sean las primeros en abanderar proyectos ilusionantes. Que, de forma democrática, arrastren masa crítica, estimulen, y activen proyectos compartidos.
Más que nunca, es necesario salir de los despachos −y no sólo cuando hace buen tiempo, o es periodo electoral−, dar la cara, comunicar, conectar con la gente, comprenderla, ayudarla, transmitir confianza en sus posibilidades, en nuestras posibilidades, ponerse en el mismo plano que la gente. Y lo que es más importante debemos enfrentarnos diariamente a la inevitable esencia de la naturaleza humana: es imposible contentar a todo el mundo. Porque por más oportuna, fantástica, positiva o acertada que sea una orden o la decisión del gobernante, siempre existirán personas y grupos que se opondrán, que no les agrade. Ninguna sociedad es homogénea. Todo lo contrario, está compuestas de conjuntos de individuos, cada cual único, sin duplicado. Y eso nadie lo puede evitar y menos cambiar.